Tu historia cuenta.
Revalorización de las historias personales en el marco de los procesos colectivos.
Cuando a los 9 años me entregaron mi primer documento de identidad y leí que había nacido en Bolivia no entendí nada. Bolivia no figuraba en mi vocabulario. Recién entonces supe que había nacido en Ucrania, pero tenía que guardar el secreto. Nadie tenía que enterarse porque era peligroso, me podían deportar.
En mi casa, de algunas cosas no se hablaba y menos delante de los chicos. Mi infancia fue feliz, pero mi hogar parecía siempre cubierto de un manto de melancolía.
Las personas que venían de visita eran los “shifbriders”, hermanos de barco, que constituían la única familia que tenía la mayoría, ya que los que no habían logrado escapar de la guerra habían muerto. Algunos traían a veces un acordeón, un violín, fotos, a veces se cantaba, otras se reía y la mayoría de las veces se lloraba.
Los chicos escuchábamos sin escuchar y absorbíamos de a poco pedacitos de historia.
Cuando mi mamá ya tenía mas de 75 años empezó a escribir y pude enterarme de las atrocidades que habían padecido. Supe del destierro de mis padres en Siberia, de la muerte allí de mi hermano Misha, del asesinato de toda la familia que había quedado en Varsovia, por los bombardeos nazis. Fueron muchos los años en que no pregunté y cuando quise hacerlo ya no tuve a quién preguntar.
Los inmigrantes que llegaron a la Argentina después de la 2da. Guerra Mundial no tenían nada. Ni idioma, ni familia ni dinero. Tampoco tenían trabajo y muchos de ellos ni siquiera documentos de identidad. Muchos fueron a parar a conventillos, construcciones enormes que contenían cuartitos y cuartitos con baños compartidos por varias familias. Otros con un poco mas de suerte y algún amigo o pariente en el país pudieron alquilar un departamentito. La vida era dura pero estaban vivos.
Se dieron dos situaciones emblemáticas: aquellos que se encerraron en su mundo para conservar a toda costa sus costumbres y cultura y aquellos que buscaron desesperadamente mimetizarse con la sociedad gentil, (no judía).
Algunas personas que llegaron escapando de la guerra hablaron de lo que había pasado pero la mayoría terminó callando porque nadie les creía. Las trataban de mentirosas y fabuladoras. ¿Quién en su sano juicio podía creer que hubieran sucedido semejantes atrocidades?
Otras no hablaban porque se avergonzaban de estar vivas mientras toda su familia había muerto. También se abatía sobre ellas un manto de sospecha: ¿qué habían hecho para conservar la vida? También estaban las que borraron totalmente lo sucedido para poder seguir viviendo. Otras no recordaban deliberadamente, aunque uno no siempre es dueño de lo que recuerda u olvida.
Pero los años pasaron y algo empezó a cambiar lentamente. Apareció una película, “La lista de Schindler” y muchas personas quisieron contar lo que habían vivido. Habían pasado mas de cincuenta años desde el término de la guerra, algunas heridas habían cicatrizado y hubo gente que decidió hablar para tratar de que la historia no se repitiera.
Personalmente, me relacioné con grupos de sobrevivientes, nos reuníamos una vez al mes para contarnos lo que sabíamos y así comenzamos a reconstruir el camino hecho por nuestras familias para llegar a la Argentina.. Una especie de rompecabezas que se iba armando de a poquito, y que maravilla cuando algunas fichitas se ubicaban en el lugar adecuado. Hace pocos meses supe el nombre del barco en el que habíamos zarpado de Marsella y descubrí quien era el hombre rubio que aparecía en fotos guardadas por mi mamá, un hermano del que ella nunca hablaba y que se había suicidado en Rusia durante la guerra. La historia me la contó una de mis tías postizas “de barco” con la que me encontré por casualidad después de muchos años. Empecé a entender también algunas conductas de mis padres, el porqué de muchas angustias y miedos. Entendí que yo formaba parte de una generación de sobrevivientes e hijos de sobrevivientes del Holocausto con problemáticas parecidas. Con estas personas dimos vida a una asociación, Generaciones de la Shoá (Holocausto) en la Argentina, y gracias a nuestro trabajo y al invalorable aporte de un periodista argentino, Uki Goñi, logramos que el Gobierno Argentino derogara un decreto, la Circular No.11, promulgada por el Presidente Juan. Domingo Perón y negada durante 67 años por el estado argentino. Por esta Circular secreta enviada por el gobierno argentino a sus embajadores en Europa, promulgada en el año 1938 y derogada en el 2005, se prohibió la entrada a la Argentina de los judíos que huían de Europa y a causa de ella familias enteras fueron devueltas a sus lugares de origen y muertas en los campos de concentración y exterminio.
En el año 2001, comencé a coordinar talleres con personas de la llamada “tercera edad”. El taller se llama “Tu historia cuenta” y tiene por objetivo la resignificación y revalorización de historias personales. Todos los integrantes del taller fueron sobrevivientes del Holocausto y varios contaron su historia por primera vez, en un marco de contención y emoción. Algunos escribieron libros y los editaron, otros escribieron para sus hijos o lograron contarles lo que hasta ese momento no habían podido. Y apareció también algo hermoso, la revalorización de la vida de los pueblitos europeos antes de la guerra, etapa que parecía haberse borrado junto con la memoria de los horrores sufridos.
Recoger los testimonios se transformó en una tarea vital para muchas personas. Reconstruir las pequeñas historias que forman la “gran historia” es una carrera contra el tiempo.
Ahora esta tarea es urgente. La mayoría de los sobrevivientes son ya muy mayores, pero por suerte, quieren contar. Y ahora hay quien quiere escuchar.
Inés Grimland
http://www.inesgrimland.com.ar/
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