Crónicas y Relatos


El divorcio es para toda la vida.

A mi me enseñaron que el matrimonio era para toda la vida. Pero aprendí que existe una nueva cualidad de relación que es para toda la vida y es el divorcio.
Un matrimonio puede disolverse, podemos terminar con él. Con el que nunca vamos a terminar es con nuestro ex.
Mi mamá decía que un collar de brillantes es para toda la vida. Un ex es algo parecido. Y que va a colgar de nuestro cuello por el resto de nuestra existencia, no como un adorno sino como un peso permanente, una especie de ladrillo que portamos todo el tiempo.
Al divorcio se llega porque lo decidió él, lo decidió ella o de común acuerdo.
Si fue de común acuerdo tenemos bastantes posibilidades de seguir adelante sin demasiado escándalo.
Si lo decidió él puede ser porque se cansó de la rutina, se terminó la pasión, lo atacó el viejazo y más o menos a los 50 años se va con una de 20, porque creció mucho y ella no, etc. etc.
Si lo decidió ella puede ser porque se cansó de la rutina, se terminó la pasión, la atacó el viejazo y más o menos a los 50 años se engancha con uno de 30, porque creció mucho y él no, etc.etc.
La gama de posibilidades es amplia. Suele suceder que en el caso de que el que se vaya de la casa sea el hombre, trate igual de controlar lo que hace ella y de manejarla con el dinero como para recordar tiempos pasados.
Si hay hijos chicos de por medio la cosa se complica, porque decidimos que siempre es mejor que vean al padre, los pequeños no tienen la culpa de los problemas de sus padres y entonces lo vemos a cada rato. Si los hijos son grandes también la situación es complicada, lo encontramos siempre en los cumpleaños, casamientos o velorios.
El señor puede aparecer con cara de ganador si tiene colgada de su brazo a una señorita preferentemente de la mitad de los años de su ex mujer, o tener cara de pobrecito si viene solo y quiere dar lástima.
Mujeres, si quieren algo para toda la vida, no se compren un collar de brillantes, consíganse un ex marido.

Hoy comí un helado en Barcelona.
Hoy comí un helado en Barcelona. Lo compré en una heladería italiana de nombre Dino. Un cucurucho con dos gustos, bon bon de chocolate y tiramisú. Le pregunté al muchacho que me estaba atendiendo si podía agregar un poquito de dulce de leche, se veía muy apetitoso también, me contestó "si, con mucho gusto". Y entonces me empezó a contar. Me dijo que cuando se abrió la heladería compraban muchos productos a terceros, por ejemplo el dulce de leche a un argentino que vivía en Francia y el turrón a un italiano que venía de Alemania. Pero que con el correr de los años y habiendo abierto sucursales y franquicias, ya tenían 20 de las primeras y 28 de las otras, en este momento fabricaban todo ellos mismos. Y el dulce de leche les salía muy bueno, me dijo con una sonrisa enorme (quizás por mi acento argentino) y el turrón lo hacían en Girona. Fui comiendo el helado mientras caminaba por la céntrica Rambla hacia el mar. Me crucé con muchísima gente. Algunos eran españoles, pero nunca en mi vida vi un desfile tan impresionante de gente de todas partes del mundo. Negros con la piel del color del chocolate oscuro, hindúes con sus turbantes multicolores, mujeres de piel mate con las cabezas cubiertas, otras de piel traslúcida de tan blanca, mejicanos, peruanos, bolivianos, escuché hablar en muchos idiomas que conocía y en otros que no pude identificar. A los costados había puestos en los que se podía comprar revistas, libros, peces, conejos, pájaros, flores, cigarrillos de todas clases, casi cualquier cosa se consigue en ese paseo. Eso si, si se necesita recargar el celular, hay que gastar 30 euros, por menos no lo cargan. Barcelona es una ciudad impresionante. Lo nuevo y lo antiguo se codean en una mezcla que te deja con la boca abierta. Es un lugar en el que podemos palpar de primera mano y a primera vista la diversidad cultural del mundo en que vivimos. Ojalá aprendamos también a respetarnos y a convivir.
Me estaba olvidando de comentar algo. El muchacho que me atendió en la heladería era colombiano y el helado estaba riquísimo



El Síndrome de la Mujer Maravilla.

Según recientes investigaciones, el Síndrome de la Mujer Maravilla afecta a un elevado número de mujeres cuyas edades oscilan entre los 18 y los 70 años, generalmente casadas o en pareja y sin distinción de raza, religión o posición social.
La mujer afectada por este insidioso síndrome considera que todo lo puede y todo lo debe.
En la mayoría de los casos procura que nadie note el esfuerzo que realiza, por lo cual porta siempre una simpática sonrisa y una muletilla que dice: “dejá, yo lo hago, no me cuesta nada”.
Suele suceder que con el correr de los años la carga se vaya tornando más y más pesada, especialmente si su familia, ya se trate de esposos, hijos, madres y demás parientes se adaptan dócilmente a dicho síndrome, cosa que no les cuesta ningún esfuerzo, y además se sienten profundamente agradecidos aunque no consideren necesario verbalizarlo frente a la susodicha.
El problema se agrava cuando la mujer afectada, en el 99 % de los casos, se convence de que si ella no lo hace nadie podrá.
La evolución y pronóstico del mal depende de variados factores que es preciso reconocer, tales como esporádicos ataques de furia, demasiadas inmersiones en la bañera, cambios de humor o estallidos de risa o llanto sin motivo aparente, entre otras variadas posibilidades.
Esta situación se prolonga en el tiempo y tiene variadas definiciones, tantas como mujeres se pongan a pensar en el asunto.
En muchos casos la dama termina tirando la chancleta, al marido y a los hijos. En otros casos más extremos, ella perece en el intento. En muchísimos otros, la mujer se da cuenta de la situación pero se adapta activamente a ella y logra que por lo menos le den las gracias de vez en cuando.
Habrá que ponerse a analizar las diferentes situaciones y resolver en consecuencia.


Las chicas crecen.

Mi mamá decía: “Kleine kinder, Kleine tsures…groise kinder, groise tsures”
“Chicos chicos problemas chicos, chicos grandes, problemas grandes”, cuando son chicos no nos dejan dormir, cuando son grandes no nos dejan vivir.
Cuando mis hijas eran pequeñas, tuve la posibilidad de viajar a Israel. Me pagaban el viaje y la estadía.
Yo no sabía que hacer; la mayor de mis hijas tenía 6 años, la mediana 4 y la menor 2.
Consulté con el pediatra, y él me dijo: “mirá Inés, como médico tendría que decirte que no te fueras, pero como amigo te digo que vayas, igual, viajes o no viajes, cuando ellas sean grandes, la culpa de todo va a ser tuya”.
Durante varios días pensé como les iba a decir que me iba.
¡Pobrecitas! - pensaba - casi 1 mes sin su mamá. Débora y Karina iban a entender, pero Tamy? Era chiquita, ¿Cómo se sentiría? ¿y si se traumaba?¿y si se sentía abandonada?.
Nunca me perdonaría retrasar su desarrollo emocional, su capacidad intelectual.
Por otro lado, ¿Cuándo tendría yo otra oportunidad como esa? ¿o acaso yo no contaba para nada? ¿pero cómo me atrevía yo a tener proyectos cuando me debía a mi deber de madre? Y no las iba a ver muchos días. ¿Y si se olvidaban de mí? ¿y si dejaban de comer por la tristeza y se enfermaban?
Me veía ya apedreada por una multitud furiosa que gritaba: ¡desalmada! ¡mala madre! ¡No merece vivir! ¡Culpable! ¡Culpable!.
Yo ya había confirmado que viajaba y los días pasaban muy rápido, tampoco podía darles la noticia 1 día antes.
Por fin me animé. Fuimos al cine, a jugar a la plaza, anduvimos en triciclo, en bicicleta, dimos vueltas en la calesita, yo ya no podía más de cansancio.
Nos sentamos en la puerta de casa y ahí se los dije.
Pasó lo que más temía. No me contestaron nada pero se quedaron mirándome con los ojos muy abiertos como acusándome del peor de los pecados.
Ya lo sabía. ¿Cómo se me había ocurrido aunque fuera por un momento la idea de irme?
Dejar a esas inocentes criaturas aunque fuera por solamente 2 días.
¡Castigo! Merecía el peor de los castigos.
Por fin Karina dijo: “la mamá de Laurita también se fue de viaje y le trajo unos chicles rayados que salieron nuevos, no le convida a nadie, es una egoísta. ¿Vos podés conseguirlos?
¡Claro que si mamita, te puedo traer chicles rayados, con flores, bolitas de colores, pastillitas chicas…! ¿y un perrito que habla? Preguntó mi mejor hija mayor.
Y yo quiero un osito que da vueltas, dijo mi bebé con una sonrisa de oreja a oreja.
Por suerte faltaban sólo 7 días para irme; cada mañana me preguntaban: ¿ya te vas hoy? ¿todavía no te vas? Dale, andate pronto.
Me ayudaron a hacer la valija, prácticamente me echaron de casa.
Cuando volví de mi viaje, tuve que consultar con un psicólogo. Las chicas de hoy en día vienen demasiado despabiladas para mi gusto.