Reflexiones



Todos somos aficionados, la vida es tan corta que no da para más.
Charles Chaplin


Ojalá vivas todos los  días de tu vida.
Jonathan Swift 


Hay dos maneras de vivir la vida, una como si nada es un milagro, otra como si todo es un milagro.
Albert Einsntein 


Para ser realistas, hay que creer en milagros.
David  Ben Gurión 

Curiosidades: dime como lees, te diré que dices.
Esta es la prueba de que el orden de los factores "Sí" altera el producto. Leelo primero de arriba hacia abajo, luego de abajo hacia arriba, y vas a poder expresar tus entimientos, cualquiera que estos sean.



 Esta es la prueba de que el orden de los factores Si altera el producto.



                                          NO TE AMO MÁS
                                      Mentiría diciendo
                   Que todavía te quiero como siempre te quise
                                      Tengo la certeza
                                     Nada fue en vano
                               Siento dentro de mí que
                                Tú no significas nada
                              No podría decir jamás que
                            Alimento un gran amor
                               Siento cada vez mas que
                                 ¡ya te olvidé!
                             Y jamás usaré la frase
                             ¡YO TE AMO!
                     Lo siento pero debo decir la verdad
                             Es muy tarde...


                                                                                                                      Inés Grimland



SER MUJER, UN APRENDIZAJE PERMANENTE.

Hasta hace algunos años, yo estaba segura que al nacer quedaba escrito en alguna parte nuestro destino.
Después pensé: ¿Si esto es así, si ya todo está escrito y predestinado, dónde queda mi posibilidad de elegir? ¿de actuar? ¿DÓNDE ESTÁ MI LIBERTAD?
Entonces me convencí de que sólo yo podía decidir mi vida, de que podía hacer lo que quería, que era dueña de mis actos.
¿Pero es así? ¿Cuánto de lo que hacemos es absolutamente nuestro y cuánto consecuencia de lo que recibimos?
Somos un eslabón en la larga cadena de la humanidad, único e irrepetible pero un eslabón que nos enlaza con los que fueron y con los que vendrán.
No podemos cambiar el mundo pero podemos cambiarnos a nosotras mismas y mostrar un camino diferente a los que nos rodean. Tenemos la posibilidad de escribir nuestra historia, de resignificar lo que nos pasó y pasa a lo largo de la vida. Para que la vida no nos pase por encima.
Durante siglos las mujeres fuimos el sostén emocional de la familia. Velamos por nuestros padres, nuestros esposos y nuestros hijos. Si ellos eran felices lo éramos también nosotras. Vivimos en función de “los demás”.
Pero tratar de hacer felices a todos es una empresa imposible, que muchas veces nos cuesta la salud y la vida. Una mujer que es hija, esposa, madre, abuela, muchas veces se olvida de ser “mujer” y cuando lo recuerda y siente la necesidad de verse y  sentirse como “mujer” siente culpa, escucha en su interior, “tu felicidad es la de los otros, ¿quién te enseñó que tenemos derecho a ser felices? ¿a ser simplemente persona?
Pero entender lo que nos pasa requiere tiempo y darnos cuenta también. Entender qué mandatos rigen nuestra vida que nos hacen aceptar situaciones de maltrato, humillación y sometimiento creyendo que son normales. Entender que decir “yo no trabajo, soy ama de casa” es una aberración, que trabajar en la casa y además en alguna fábrica u oficina no tiene nada que ver con una supuesta “liberación de la mujer”, que decir “ese hombre es mejor porque ayuda a su mujer con los niños o con la casa también es una falacia, porque pone en evidencia lo que parecería ser bueno pero en el fondo es mas de lo mismo. ¿Porqué ayudar es bueno?
¿Acaso no es su casa, su hijo? ¿No es su obligación?
Las mueres que pasamos los 50 vivimos tironeadas. Por lo que nos enseñaron y por lo que queremos hacer. El mundo no es como nos lo vendieron. Nuestra educación no tiene nada que ver con la forma en que educamos a nuestros hijos.
El mundo cambia rápidamente. Lo que ayer era un escándalo hoy es natural. El movimiento es continuo y nos sacude. Ya cumplimos con todos, ahora queremos otra cosa. De pronto se nos ocurre que queremos florecer. De pronto nos damos cuenta de que lo que Freud llamó “el síndrome del nido vacío” es una oportunidad de salir al mundo; Freud me parece un genio, pero ¿saben que?  Era hombre y se le perdieron de vista algunas cosas. Conozco muchas mujeres que al llegar a la “mediana edad” se deprimen, lo único que esperan es morir o tener nietos y ocuparse de ellos, pero también hay muchas otras que empiezan a vivir una vida plena y productiva. Cuentan cuentos, estudian, pintan, esculpen, viajan y disfrutan a pleno.  Pero asusta. La libertad asusta, porque todo crecimiento da miedo, se siente como viviendo una “crisis”. Pero la crisis produce cambios y eso es lo que buscamos y debemos tomar.
No existe la realidad sino una lectura de la realidad. El lenguaje es instrumento de conocimiento, expresión y recreación del mundo interior y exterior. El lenguaje es el medio para comunicarnos  con otros, para recibir la herencia del pasado, para asimilar, construir y difundir aquello que denominamos cultura.
Así como el pájaro de la libertad necesitó que sus pares le mostraran uno de los tantos caminos para llegar a la rama más alta del árbol mas cercano, así nosotras las mujeres tenemos la posibilidad de aprender de nosotras mismas y volar.
Por eso,  si no es “ahora” el reto de llegar a la rama mas alta de nuestro árbol de la vida, entonces, ¿cuándo?



                                            Inés Grimland – Narradora Oral


Tu  historia  cuenta.
Revalorización de las historias personales en el marco de los procesos colectivos.

Cuando a los 9 años me entregaron mi primer documento de identidad y leí que había nacido en Bolivia no entendí nada. Bolivia no figuraba en mi vocabulario. Recién entonces supe que había nacido en Ucrania, pero tenía que guardar el secreto. Nadie tenía que enterarse porque era peligroso, me podían deportar.
En mi casa, de algunas cosas no se hablaba y menos delante de los chicos. Mi infancia fue feliz, pero mi hogar parecía siempre cubierto de un manto de melancolía.
Las personas que venían de visita eran los “shifbriders”, hermanos de barco, que constituían la única familia que tenía la mayoría, ya que los que no habían logrado escapar de la guerra habían muerto. Algunos traían a veces un acordeón, un violín, fotos, a veces se cantaba, otras se reía y la mayoría de las veces se lloraba.
Los chicos escuchábamos sin escuchar y absorbíamos de a poco pedacitos de historia.
Cuando mi mamá ya tenía mas de 75 años empezó a escribir y pude enterarme de las atrocidades que habían padecido. Supe del destierro de mis padres en Siberia, de la muerte allí de mi hermano Misha, del asesinato de toda la familia que había quedado en Varsovia,  por los bombardeos nazis.  Fueron muchos los años en que no pregunté y cuando quise hacerlo ya no tuve a quién preguntar.
Los inmigrantes que llegaron a la Argentina después de la 2da. Guerra Mundial no tenían nada. Ni idioma, ni familia ni dinero. Tampoco tenían trabajo y muchos de ellos ni siquiera documentos de identidad.  Muchos fueron a parar a conventillos, construcciones enormes que contenían cuartitos y cuartitos con baños compartidos por varias familias. Otros con un poco mas de suerte y algún amigo o pariente en el país pudieron alquilar un departamentito. La vida era dura pero estaban vivos.
Se dieron dos situaciones emblemáticas: aquellos que se encerraron en su mundo para conservar a toda costa sus costumbres y cultura y aquellos que buscaron desesperadamente mimetizarse con la sociedad gentil, (no judía).
Algunas personas que llegaron escapando de la guerra hablaron de lo que había pasado pero la mayoría terminó callando porque nadie les creía. Las trataban de mentirosas y fabuladoras. ¿Quién en su sano juicio podía creer que hubieran sucedido semejantes atrocidades?
Otras no hablaban porque se avergonzaban de estar vivas mientras toda su familia había muerto. También se abatía sobre ellas un manto de sospecha: ¿qué habían hecho para conservar la vida? También estaban las que borraron totalmente lo sucedido para poder seguir viviendo. Otras no recordaban deliberadamente, aunque uno no siempre es dueño de lo que recuerda u olvida.
Pero los años pasaron y algo empezó a cambiar lentamente. Apareció una película, “La lista de Schindler” y muchas personas quisieron contar lo que habían vivido. Habían pasado mas de cincuenta años desde el término de la guerra, algunas heridas habían cicatrizado y hubo gente que decidió hablar para tratar de que la historia no se repitiera.
Personalmente, me relacioné con grupos de sobrevivientes, nos reuníamos una vez al mes para contarnos lo que sabíamos y así comenzamos a reconstruir el camino hecho por nuestras familias para llegar a la Argentina.. Una especie de rompecabezas que se iba armando de a poquito, y que maravilla cuando algunas fichitas se ubicaban en el lugar adecuado. Hace pocos meses supe el nombre del barco en el que habíamos zarpado de Marsella y descubrí quien era el hombre rubio que aparecía en fotos guardadas por mi mamá, un hermano del que ella nunca hablaba y que se había suicidado en Rusia durante la guerra. La historia me la contó una de mis tías postizas “de barco” con la que me encontré por casualidad  después de muchos años. Empecé a entender también algunas conductas de mis padres, el porqué de muchas angustias y miedos. Entendí que yo formaba parte de  una generación de sobrevivientes e hijos de sobrevivientes del Holocausto con problemáticas parecidas. Con estas personas dimos vida a una asociación, Generaciones de la Shoá (Holocausto) en la Argentina,  y gracias a nuestro trabajo y al invalorable aporte de un periodista argentino, Uki Goñi, logramos que el Gobierno Argentino derogara un decreto, la Circular No.11, promulgada por el Presidente Juan. Domingo Perón y negada durante  67 años por el estado argentino. Por esta Circular secreta enviada por el gobierno argentino a sus embajadores en Europa,  promulgada en el año 1938 y  derogada en el 2005, se prohibió la entrada a la Argentina de los judíos que huían de Europa y a causa de ella familias enteras fueron devueltas a sus lugares de origen y muertas en los campos de concentración y exterminio.
En el año 2001, comencé a coordinar talleres con personas de la llamada “tercera edad”. El taller se llama “Tu historia cuenta” y tiene por objetivo la resignificación y revalorización de historias personales. Todos los integrantes del taller fueron sobrevivientes del Holocausto y varios contaron su historia por primera vez, en un marco de contención y emoción. Algunos escribieron libros y los editaron, otros escribieron para sus hijos o lograron contarles lo que hasta ese momento no habían podido. Y apareció también algo hermoso, la revalorización de la vida de los pueblitos europeos antes de la guerra, etapa que parecía haberse borrado junto con  la memoria de los horrores sufridos.
Recoger los testimonios se transformó en una tarea vital para muchas personas. Reconstruir las pequeñas historias que forman la “gran historia” es una carrera contra el tiempo.
Ahora esta tarea es urgente. La mayoría de los sobrevivientes son ya muy mayores, pero por suerte, quieren contar. Y ahora hay quien quiere escuchar.
Inés Grimland




Conocer o no conocer a Francisco Garzón Céspedes.


Cuando allá por el 2000 empecé estudiar Narración Oral, los primeros textos que leí fueron los de Francisco Garzón Céspedes.
En el ambiente de la Narración Oral de Argentina, era uno de los más nombrados. Cuando empecé a ver narradores me decían: “ese es garzoniano”, “esa también”. “Lo que está haciendo “ese” no es narración oral, aquel no se mueve en el escenario como los de la escuela de Garzón. “Eso está mal, según Garzón tenés que vestirte de negro y sin ningún adorno”. Yo escuchaba y asentía, pero de veras el “garzoniano” me parecía un mundo cerrado y casi autista.
Algunos narradores llegaron a decirme que lo que yo hacía no era narración oral porque “según Garzón lo que tenía que hacer era…”
Yo seguía haciendo presentaciones, leyendo, viendo narradores, tratando de entender en qué mundo me estaba metiendo.
De a poco fui buscando información acerca de Garzón y de muchos otros teóricos que decían estar a favor o en contra de… ¿adivinen quien? Si, de Garzón.
O sea, a favor o en contra, era el referente.
Cuando en enero de 2008 viajé a España, se me ocurrió la idea de contactarme con él.
Ya me habían avisado que era muy difícil que me respondiera, menos todavía que le interesara encontrarse conmigo. Yo pensé: ¿qué tengo para perder? Lo peor que puede pasar es que no me conteste, o que me conteste y me diga que no tiene tiempo, que lo llame en el 2030.
El primer mail que le mandé lo contestó, muy amablemente, una persona de su equipo de trabajo. A partir del segundo mail, el contacto fue directo con él. ¡UAU! ¡Sorpresa!
Allí estaba, en persona, mejor dicho, en mail.
El intercambio fue fluido y cada vez más interesante. Y ya en España, nos encontramos en un café muy elegante de Madrid.
Pero esto forma parte de otra historia.



Tu historia cuenta, Ponencia presentada en Monterrey (México) y Cali (Colombia)
Tu historia cuenta.

Revalorización de las historias personales en el marco de los procesos colectivos.

Cuando a los 9 años me entregaron mi primer documento de identidad y leí que había nacido en Bolivia no entendí nada. Bolivia no figuraba en mi vocabulario. Recién entonces supe que había nacido en Ucrania, pero tenía que guardar el secreto. Nadie tenía que enterarse porque era peligroso, me podían deportar.
En mi casa, de algunas cosas no se hablaba y menos delante de los chicos. Mi infancia fue feliz, pero mi hogar parecía siempre cubierto de un manto de melancolía.
Las personas que venían de visita eran los “shifbriders”, hermanos de barco, que constituían la única familia que tenía la mayoría, ya que los que no habían logrado escapar de la guerra habían muerto. Algunos traían a veces un acordeón, un violín, fotos, a veces se cantaba, otras se reía y la mayoría de las veces se lloraba.
Los chicos escuchábamos sin escuchar y absorbíamos de a poco pedacitos de historia.
Cuando mi mamá ya tenía mas de 75 años empezó a escribir y pude enterarme de las atrocidades que habían padecido. Supe del destierro de mis padres en Siberia, de la muerte allí de mi hermano Misha, del asesinato de toda la familia que había quedado en Varsovia, por los bombardeos nazis. Fueron muchos los años en que no pregunté y cuando quise hacerlo ya no tuve a quién preguntar.
Los inmigrantes que llegaron a la Argentina después de la 2da. Guerra Mundial no tenían nada. Ni idioma, ni familia ni dinero. Tampoco tenían trabajo y muchos de ellos ni siquiera documentos de identidad. Muchos fueron a parar a conventillos, construcciones enormes que contenían cuartitos y cuartitos con baños compartidos por varias familias. Otros con un poco mas de suerte y algún amigo o pariente en el país pudieron alquilar un departamentito. La vida era dura pero estaban vivos.
Se dieron dos situaciones emblemáticas: aquellos que se encerraron en su mundo para conservar a toda costa sus costumbres y cultura y aquellos que buscaron desesperadamente mimetizarse con la sociedad gentil, (no judía).
Algunas personas que llegaron escapando de la guerra hablaron de lo que había pasado pero la mayoría terminó callando porque nadie les creía. Las trataban de mentirosas y fabuladoras. ¿Quién en su sano juicio podía creer que hubieran sucedido semejantes atrocidades?
Otras no hablaban porque se avergonzaban de estar vivas mientras toda su familia había muerto. También se abatía sobre ellas un manto de sospecha: ¿qué habían hecho para conservar la vida? También estaban las que borraron totalmente lo sucedido para poder seguir viviendo. Otras no recordaban deliberadamente, aunque uno no siempre es dueño de lo que recuerda u olvida.
Pero los años pasaron y algo empezó a cambiar lentamente. Apareció una película, “La lista de Schindler” y muchas personas quisieron contar lo que habían vivido. Habían pasado mas de cincuenta años desde el término de la guerra, algunas heridas habían cicatrizado y hubo gente que decidió hablar para tratar de que la historia no se repitiera.
Personalmente, me relacioné con grupos de sobrevivientes, nos reuníamos una vez al mes para contarnos lo que sabíamos y así comenzamos a reconstruir el camino hecho por nuestras familias para llegar a la Argentina.. Una especie de rompecabezas que se iba armando de a poquito, y que maravilla cuando algunas fichitas se ubicaban en el lugar adecuado. Hace pocos meses supe el nombre del barco en el que habíamos zarpado de Marsella y descubrí quien era el hombre rubio que aparecía en fotos guardadas por mi mamá, un hermano del que ella nunca hablaba y que se había suicidado en Rusia durante la guerra. La historia me la contó una de mis tías postizas “de barco” con la que me encontré por casualidad después de muchos años. Empecé a entender también algunas conductas de mis padres, el porqué de muchas angustias y miedos. Entendí que yo formaba parte de una generación de sobrevivientes e hijos de sobrevivientes del Holocausto con problemáticas parecidas. Con estas personas dimos vida a una asociación, Generaciones de la Shoá (Holocausto) en la Argentina, y gracias a nuestro trabajo y al invalorable aporte de un periodista argentino, Uki Goñi, logramos que el Gobierno Argentino derogara un decreto, la Circular No.11, promulgada por el Presidente Juan. Domingo Perón y negada durante 67 años por el estado argentino. Por esta Circular secreta enviada por el gobierno argentino a sus embajadores en Europa, promulgada en el año 1938 y derogada en el 2005, se prohibió la entrada a la Argentina de los judíos que huían de Europa y a causa de ella familias enteras fueron devueltas a sus lugares de origen y muertas en los campos de concentración y exterminio.
En el año 2001, comencé a coordinar talleres con personas de la llamada “tercera edad”. El taller se llama “Tu historia cuenta” y tiene por objetivo la resignificación y revalorización de historias personales. Todos los integrantes del taller fueron sobrevivientes del Holocausto y varios contaron su historia por primera vez, en un marco de contención y emoción. Algunos escribieron libros y los editaron, otros escribieron para sus hijos o lograron contarles lo que hasta ese momento no habían podido. Y apareció también algo hermoso, la revalorización de la vida de los pueblitos europeos antes de la guerra, etapa que parecía haberse borrado junto con la memoria de los horrores sufridos.
Recoger los testimonios se transformó en una tarea vital para muchas personas. Reconstruir las pequeñas historias que forman la “gran historia” es una carrera contra el tiempo.
Ahora esta tarea es urgente. La mayoría de los sobrevivientes son ya muy mayores, pero por suerte, quieren contar. Y ahora hay quien quiere escuchar.


Cuando la Narración Oral no es puro cuento.

¡Viva la Palabra viva!

La tercer edición de ¡Viva la palabra viva!, Festival Internacional de Narradores de Historias, se desarrolló en Neiva, Huila, entre el 27 de octubre y el 8 de noviembre de 2006.
Fue organizada por Casateatro, una organización liderada por Álvaro Gasca, director y maestro de actores y narradores. Ellos nos mostraron, que en una Colombia signada por la violencia de diferentes signos todavía hay espacio para la cultura y también mucha gente que trabaja para que la paz sea una realidad y no una utopía. Lo que mas me llamó la atención fue la dedicación y el afecto con que trabajaban los jóvenes que formaban parte del proyecto cultural de Casateatro. Ellos pintaban los murales, hacían los afiches, limpiaban el teatro, se ocupaban de la iluminación, el sonido, el bar, la atención del público y estaban siempre a disposición de los narradores, cuidando cada detalle de las presentaciones. Esos mismos jóvenes participaban de los talleres de teatro, máscaras, baile y narración. Y un capítulo aparte merecen las funciones que se realizaron en diferentes municipios de los alrededores. Viajamos mucho, pero valió la pena.
En un pequeño pueblo llamado Nátaga minúsculo caserío sobre las montañas, con una población que no excedía los 1500 habitantes, hicimos una de las funciones mas emotivas, con casi 400 personas de todas las edades, donde contamos historias de Äfrica, Italia, Francia y Argentina. Y además hicimos talleres, para niños y para adultos. Y se llenaron de gente ansiosa por conocer otras costumbres y escuchar lo que teníamos que decir de nuestras culturas y nuestras experiencias. Y comprobamos una vez mas que la narración no es puro cuento, que es mucho mas que eso, es aprendizaje constante, es compartir y disfrutar con el otro, ese otro que puede tener otro color de piel, otra manera de pensar, otra forma de actuar, pero que siente, sufre y ama como cada uno de nosotros. Compartir, confiar, disfrutar, crear vínculos, integrarse, aprender, toda esa maravilla nos la permite la narración oral, cuando no es puro cuento.
Inés Grimland